El oso mirando alrededor


Escribo menos ahora, hay una falta de energía de liderazgo personal, interconectada con la global, es difícil ver cuál va antes, aunque yo sólo tengo algún control sobre mí. Ayer fui a la supermetrópolis (Bilbora joan nintzen) por una reunión, bilera neukan eta, y vi en el autobús la gente leyendo libros, uno sobre felicidad y otro del que no vi el título, de gatos que hablaban con personas, y uno le decía a una «en la lengua propia de las personas ‘ que ya sabía que cantaba mal, que no era perfecto’ «. Y en el síntoma, la búsqueda de felicidad en libros que ofrecen gafas para ella o en gatos que le dicen a uno que saben que no es perfecto, gatos en teoría sabios, no está la solución. Y me explico.

El problema de la felicidad, está mal planteado. El objetivo no es ser feliz, ser feliz es un resultado. Un animal sano, que vive en libertad, no se pregunta si es feliz o no. Y nosotros no somos sólo animales, pero sí somos animales. El que la felicidad sea la meta es un problema. Es como cuando uno tiene una infección, que le causa fiebre. El objetivo no es quitar la fiebre, el objetivo es quitar la infección. Una vez esta haya desaparecido, la fiebre desaparecerá.

Leer libros así, es como tomar caldo caliente de pollo, le calienta a uno la tripa, y sabe más o menos agradable, pero si no tienen sustancia, el hambre vuelve a aparecer

Hay pues una especie de infección derivada de esta falta de liderazgo vital y global. Uno no aspira a la felicidad, uno aspira a su obra, el teutón lo dice al final del Zaratustra, él era consciente del problema. De alguna manera hay que pintar algo en el cuadro que es nuestra vida, somos a la vez el pintor y el cuadro. Y si uno se deja ir sin pintar nada, el desasosiego de la obra no terminada, el no dar salida a esa necesidad de vivir, es como un enterrarse en vida. Y la fiebre de esa infección es la infelicidad. Y uno se puede distraer, pensar en otras cosas, o estar permanentemente conectado a la nada, para seguir haciendo como si se pudiera vivir así. Pero los libros prueban que sólo se malvive, son libros para una edad mental en torno a 13-15 años destinados a lectores entre 30 y 60 años.

Yo le comentaba a Gruñón ayer mientras cenábamos, aparte de que el piensa que el vino tinto hay que tomarlo a la temperatura ambiente de Castilla, y yo a la de Francia, que hay una tremenda anormalidad en la comunicación entre las personas, a nivel político, y a nivel laboral.  A nivel laboral, yo tuve a 8 personas a mi cargo durante un tiempo corto, y aunque soy bastante tímido y me cuesta hablar con la gente, me puse como mínimo hablar con cada una un poco todos los días, o si no juntarlas.  Ver como estaban, porque no sólo somos obreros, y luego intentar orientar el trabajo y saber más o menos qué hacían, y cómo lo hacían. Sin entrar a lo mejor mucho en detalle todos lo días, pero algo, para guiar algo el esfuerzo, que se vea hacia donde lleva el trabajo de cada uno, y que se vea que me importa hacia dónde va ese esfuerzo. Y eso que para mí es normal, aunque me cueste, no veo que se haga. De vez en cuando, como se ha leído algo en un libro de estos de management, como lo de ir a Salamanca, sin que Salamanca entre en uno, alguno se aprende los nombres y viene a hablar contigo de que llueve en Asturias, y uno piensa en que el can se moja, hasta ahí más o menos. Pero luego nada de hacia dónde va el barco, qué quiero que hagas tú para ayudar a que llegue allí, qué tal vas con lo que estás haciendo, haz esto o haz lo otro. Te dan el parte meteorológico astur y tú te quedas alucinando de la absoluta anormalidad a pesar de la buena intención.

Y a nivel político es parecido. Nuestro presidente no habla con nosotros, nuestros políticos no hablan con nosotros, nadie habla con nosotros. No hay un objetivo al que se dedique el esfuerzo que en teoría hay que hacer, no hay una idea del cuadro final que se transmita. Y luego tampoco hay ninguna información clara de lo que pasa, ni tampoco de lo que uno tiene que hacer.

Y yo lo comento esto de vez en cuando, cuando me dan la oportunidad en estas conversaciones raras en el tiempo y en el espacio, que yo no quiero que alguien 8 escalones por encima de mí a nivel jerárquico hable conmigo todos los días. Lo que quiero es que cuando hable conmigo me transmita hacia donde quiere ir él. Y que le diga al que está el escalón por encima de mí que hable conmigo, entendiendo esto como algo más de lo que me puede decir alguien que suba conmigo en un ascensor sobre lo que llueve o deja de llover, que me diga que quiere que yo haga para llegar donde él otro dijo que quería llegar(que ya digo que no suele ser el caso que lo diga). Pero el paisaje de anormalidad es tan intenso, el escenario que dicen ahora, que el decir que se sea normal, choca mucho, y se prefiere seguir remando sin que nadie sepa el rumbo, no vaya a ser que nos esforcemos en serio por llegar a alguna parte y fracasemos(que también puede pasar, la gracia del juego es que el resultado no es seguro). Lo mejor es no esforzarse mucho, y si llegamos bien y si no, pues no nos hemos cansado.

Es el jugar siempre a no perder, y luego hay que tragar libros para verle la felicidad a eso, porque sin libros está claro que no se la ve.

Un abrazo

PP

Nota: Esto de las notas es muy ingenieril, deformación profesional. Pero un gato nunca diría que no es perfecto, y el problema no es aceptar que uno canta mal. Hay una cierta visión de incompletitud, perfecto es algo acabado, al menos en los tiempos verbales es así, el más que perfecto, el pluscuamperfecto, es algo que ya acabó hace tiempo. Esta visión de que uno lo tiene que hacer todo «bien» para ser «perfecto» es un problema en sí misma. No se habla de que Zeus cante bien, ni de que sea bello, ni especialmente generoso, ni magnánimo, ni muchas cosas más. Pero era un dios,de hecho el más importante ergo es perfecto a su manera. Uno no tiene que aceptar ningún defecto. Uno está acabado, no le falta nada. El cuadro que quiera pintar, lógicamente depende de los colores que tiene. Pero no le falta nada, no tiene que aceptar ninguna falta

Acerca de osoastur

Me considero una mezcla de oso y acebo, un animal y un árbol bellos, fuertes y amenazados, a los que hay que acercarse con cuidado, pero que son nobles, y en el caso del acebo incluso acogedores
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